Sacó la carta del bolso, necesitaba sentirla en sus manos para darse valor, para decir aquello que no se había atrevido a decir en toda la noche. La carta que no había podido leerle, que tanto había reescrito una y otra vez, que tanto había ensayado... El momento que imaginó de una y mil formas, la última oportunidad ...se esfumó, igual de rápido que fue la despedida. No hubo abrazos aunque ambos lo deseaban, se besaron fríamente en la mejilla y ella aguantó la tensión sujetando el trozo de papel en sus manos hasta que las puertas del tren se cerraron y se separaron. Entonces la impotencia la inundó completamente. Se sentía incómoda, incómoda por sus dudas, por su cobardía, por no entender lo que le había frenado desde que él dijo algo que ella no esperaba en la conversación. Tanta emoción contenida e incomprendida hizo que las lágrimas hicieran acto de aparición y comenzaran a resbalar silenciosamente por su rostro en cuanto el tren se puso en movimiento. No quiso mirar por la ventanilla, no quería encontrarse con aquellos ojos otra vez que le habían hecho sentirse débil. Sin embargo al final lo hizo sólo para comprobar que él no seguía allí, no había esperado a que el tren se pusiera en marcha, no había querido alargar ese adiós. Esto le hizo sentirse aún más triste. Mientras el mudo y lento llanto intentaba aliviar sus emociones, no podía parar de pensar, de buscar la razón que había paralizado sus intenciones, sus ganas de sincerarse, de mostrar sus sentimientos tal y como eran. "Es miedo, sí, tal vez ha sido eso" se dijo. Miedo de no estar a la altura. Él contaba con experiencias anteriores de otras relaciones, otras mujeres que habían sido lo suficientemente buenas para dejarle buen recuerdo. ¿Quién era ella para competir a ese nivel? Ella ante tanta inseguridad por esa "posible" relación se había auto-eliminado en un acto suicida antes de que él pudiera hacerlo, antes de que se diera cuenta de ella no daba la nota. No, definitivamente no quería someterse a ese examen, pasar por esa inevitable comparación que él haría. Al menos así pensaba ella. Ella que siempre se esforzaba en dar esa imagen de seguridad, de fortaleza, de chica autosuficiente... Y era cierto en parte, pues de otro modo no sería capaz de representar tan bien el papel, pero también tenía otra cara, otro lado en la intimidad que no mostraba normalmente... Aquello que le hacía encontrarse con sus peores pesadillas, que le traía a veces un inútil sufrimiento, que la hundía en su propio infierno... No tenía enemigo más cruel que su propio yo, su otro yo. Sin embargo, esas violentas batallas pasadas ya eran historia, ahora se comportaba de forma más pacifista consigo y los enfrentamientos se limitaban a meras discusiones en las que intentaba no perder mucho tiempo, pues aunque el estribillo de la canción era muy pegadizo, se la sabía de memoria y estaba cansada de repetirla. En aquel momento viajando en el tren con esa sensación de derrota anticipada, sólo encontró las mínimas fuerzas para disimular normalidad ante el resto de pasajeros. Logró reunir cordura suficiente para mandarle un mensaje al móvil, trantando de justificar (sobretodo así misma) de algún modo su actitud cobarde, trantando de borrar esa culpabilidad que llevaba por dentro, que le pesaba en el alma presionándole el pecho. Aquella presión no le había dejado hablar con normalidad al final de la velada, pero ahora sí le permitía mandar aquella breve nota, quizás de auxilio. El texto fue corto: una disculpa, una pista de la oculta confesión y un deseo de vida mejor con otras mejores candidatas. La respuesta no tardó en llegar con forma de llamada. El teléfono sonaba; ella, sin embargo, había agotado las últimas energías y sólo pudo quedarse mirando la pantalla, mirando ese nombre, ese amor correspondido y, al mismo tiempo, temido. El destino vibró en sus manos durante menos de un minuto, 15 ó 20 segundos quizá en los que pudo haber cambiado el curso de su vida. Si hubiera contestado ella no habría podido ofrecer resistencia; si él le hubiera pedido que se bajara del tren, que lo esperara o que diera media vuelta, ella lo habría hecho. No respondió a esa llamada, y la esperanza de esa posible unión murió antes siquiera de haberse convertido en algo palpable, algo más allá de las fantasías, de las miradas. Más agua, más lágrimas, más frustración... Deseaba que el tren no se detuviera, que continuara su melancólica trayectoria para ayudarle a limpiarse, a desahogarse en aquel privilegiado entorno silencioso. El paisaje nocturno y distante a través de la ventana, pocas caras y desconocidas ... la metáfora perfecta para alejarse de él, de lo que sentía de forma tan intensa. Cada tramo recorrido suponía dejar atrás los recuerdos, disminuir aquel grado de vibración, reducirlo a algo insignificante que le permitiera volver a ser ella mísma otra vez.... "Última parada" anunció una estudiada voz por algún megáfono del vagón. Lástima, necesitaba más tiempo. Salió del tren por inercia, dejando las lágrimas en ese vagón, errando por las calles oscuras de forma autómata hacia el hogar, aunque deseaba ir a cualquier otro sitio menos a casa. En el camino encontró un rostro familiar, suerte que sus mejillas estaban secas y su amigo no vió signos de alarma. Hablaron familiarmente y eso distrajo su mente durante la conversación. Incluso rieron con algunas bromas. Se despidieron al rato y llegó casi sin darse cuenta a su portal. Cruzó la puerta y decidió romper la carta para dejar atrás, dejar fuera aquella vivencia que seguiría viva en su memoria para siempre, como prueba de lo que pudo ser pero no fue.
"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y, de pronto, toda nuestra vida se concentra en un sólo instante" Oscar Wilde
"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y, de pronto, toda nuestra vida se concentra en un sólo instante" Oscar Wilde
1 comentario:
Espero que os haya gustado mi relato, aunque tenga ese sabor agridulce jeje
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