lunes, 14 de septiembre de 2009

La fragilidad de la vida

Hay un iglesia cerca de un puente por la que suelo pasar a menudo. En un lateral de la iglesia se encuentra una imagen de una virgen tras un cristal, y, por fuera, la gente suele dejar pequeñas velas encendidas y flores. Una mujer, sentada en una silla casi tan vieja como ella, vigila al lado del puente, custodia esas promesas y ofrendas a la virgen. Algunos vecinos la saludan al pasar, otros devotos se sienten obligados a intercambiar algunas palabras con esa figura que custodia sus peticiones. En ocasiones, juraría que he escuchado a esta mujer hablar sóla, quizás en un diálogo personal con aquella imagen religiosa de la que es devota. Sin embargo, hace algún tiempo, meses tal vez, apareció un nuevo elemento en esta estampa rutinaria. Un chaval, quizás de unos 16 ó 17 años, difícil concretar porque nunca me he parado a contemplarlo con detenimiento, se sentaba en otra silla junto a la anciana. Desde entonces siempre que he pasado los he visto juntos, charlando animadamente. Me parecía curioso que la anciana hubiera encontrado tan peculiar compañía y me preguntaba qué razones encontraría el chaval para estar ahí todo el día, contemplando a la virgen y charlando con la simpática mujer.
Esta mañana observé que la mujer estaba de nuevo sóla. No sé qué casualidad ha hecho, que pasara justo al lado suya cuando le comentaba a un vecino: "¿Sabe Julián?, Mi amigo sa muerto", "Sí, mi amigo, ese chaval que venía en moto y estaba aquí conmigo". Sólo escuché ese fragmento de la conversación, mientras me alejaba. Podía haber pasado minutos antes o minutos después y no haberme enterado de nada. Habría observado que la mujer estaba sóla y pensaría que quizás el jovencito se habría cansado de acompañarla. Sin embargo, la casualidad hizo que pasara justo en ese preciso momento y me fuera revelada aquella información. Es simplemente otra vida joven anónima que desaparece del planeta (de tantas que lo hacen cada día) pero me sorprendió la gran tristeza y la resignada entereza en las palabras de la anciana. Primero me vino la pena y luego la reflexión. Cuán fragil es la vida, pero al menos podemos llenarla de bonitos recuerdos, que llenen la memoria cuando nuestro tiempo aquí haya concluído.
Dedico esta entrada a ese chico anónimo, por haberle regalado esos recuerdos a la anciana solitaria.
P.D.: Pido perdón por el sensiblerío, pero ya véis que las historias emotivas no hay q buscarlas en las pantallas de cine, te las puedes encontrar cualquier día paseando por la calle...

1 comentario:

Adrian Tineo dijo...

¡Fascinante historia, pardiez! Es mi opinión que no hay un destino escrito a fuego, pero que tampoco nada ocurre por casualidad. Todo está en tu vida con un propósito, tanto si puedes entenderlo como si no. Está claro que estabas predestinada a escuchar ese escaso, pero significativo fragmento de la conversación. Y ahora tu reflexión está colgada del ciberspacio, quien sabe por cuanto tiempo. ¿No es fortuito? ¿No es matemático?

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