miércoles, 19 de agosto de 2009

Fragmentos de un respiro 4

10 Agosto
Visitamos Pamplona o Iruña, en euskera. Paseamos por el centro y el casco viejo visitando iglesias, plazas y calles representativas de la ciudad como la famosa calle Estafeta, donde pueden encontrarse varias tiendas kukuxumusu que particularmente me gustan porque los dibujos de las ovejitas me recuerdan a una de mis series favoritas Shaun the Sheep. Igual que pasa en alguno de los pueblos que visitamos en Navarra, se nota qué calles son más radicales y qué calles más tranquilas. Sólo viendo las banderas que ondean de algunos balcones, pintadas y carteles reivindicativos te haces una idea del tipo de gente que vive en esa zona. Destacar un momento gracioso, cuando estábamos en el archivo de Navarra, un edificio en una zona elevada cerca de un parque, al pasar al lado de unas escaleras subterráneas que comunicaban con otro parque más abajo, escuchamos la voz de un hombre cantando ópera. Al poco dicho personaje salió de las escaleras y se calló, jejeje, yo creo que estaba probando la acústica de las escaleras subterráneas. Por un momento me entraron ganas de responderle con alguno de mis arias más ensayados, jajaja, la cara que hubiera puesto el hombre habría sido genial XDDDD
La anécdota del día la puse yo con mi bolso. Me llevé al viaje uno un poco más grande para no tener problemas de espacio a la hora de meter cosas, entre otras, llevaba las gafas de sol con su funda y las gafas normales con su funda. Al salir del coche de nuestra amiga tuve un pequeño incidente pues estaba hablando por el móvil y se me cayó una de las fundas al suelo, pero la cogí. Luego en un momento dado de nuestra exploración del centro, concretamente en el mercado municipal, eché en falta la funda con mis gafas de ver. Lo primero que pensé es que las había olvidado bien en alguna tienda o bien en alguno de los sitios que paramos a descansar. Allá que llevo al pobre A. a rehacer todos los caminos y rutas que habíamos tomado. Nada, ni la han visto en las tiendas, ni está en los bancos, ni rastro... empiezo a pensar si alguien no se las habrá encontrado y al ver que no le servían las arrojó en alguna parte. También pienso si no estarán en nuestro alojamiento, pero una llamada telefónica deshace esta hipótesis. Total ya me veo resignada a tener que gastarme pasta en hacerme unas nuevas gafas, con el consiguiente cabreo e impotencia de haberlas perdido sin darme cuenta. Mi última esperanza es que cuando se me cayeron las gafas de sol también se hubiera caído la otra funda sin darme cuenta. Pero eso no lo comprobaríamos hasta la tarde... Me tiré casi todo el día con la preocupación y al final estaban justo allí, en el asiento del coche. Moraleja: si queda alguna esperanza, no te des por vencida.
Por la tarde visitamos el castillo de Olite. No pillamos las fiestas medievales por poco, lástima, porque el castillo en cuestión es una pasada, restaurado en su mayor parte eso sí, pero muy impresionante. Aunque mi preferido sigue siendo el de Ellian Donan, en Escocia.
Cenamos en una especie de cantina en mitad de camino de vuelta a Artajona. Tomamos primero una jarra de sidra natural, que ya me dejó un poco mareá. Luego un pequeño rifirrafe con el menú, A. quizás envalentonado por la sidra, intentó regatear una buena alternativa vegetariana al menú normal. La camarera, que se la veía curtida de tratar con borrachos, respondió un poco brusca y hubo algunos minutos de tensión. Tanto yo como nuestro amigo intervinimos haciendo de polis buenos para suavizar la cosa, pero a mí me quedó la sensación de que A. había ganado (como efectivamente más tarde se cumpliría). Nos estuvimos riendo y bromeando durante la comida porque la camarera ya nos tenía enfilados como porculeros andaluces, se le notaba. Yo seguí haciendo mi papel de poli buena y al final me recompensó y todo con la última cuajada de leche de cabra que parecía guardar celosamente. Primero nos dejó pedirlas y luego vino a decir q no quedaban, de ahí mi sorpresa cuando me dijo que nos traía una. Incluso cuando pedimos la cuenta salió el marido (que gracias a mis artes detectivescas me enteré que eran de Bilbao) y vino a hablar con nosotros. Ahora era él el que estaba haciendo de poli bueno jajaja. Total que al final sólo nos faltó fumar la pipa de la paz (aunque por un momento pensé que nos echaban a la kale borroka XDDD). Moraleja: el dar una segunda oportunidad, a veces tiene sus recompensas.

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